“La actividad mediática reposa sobre una dicotomía: en la
mente del público sólo existe lo que los medios de comunicación dicen que
existe. Su poder fundamental reside entonces en su facultad de ocultar, de
enmascarar, de condenar a la inexistencia pública”. Manuel Castells.
Danilo Medina ha demostrado
ser un efectivo armador de estructuras. La construcción y el manejo de redes
proselitistas le permitieron el avance que nunca alcanzaría a punta de carisma,
porque esa característica subjetiva no le acompañará aunque meta a medio mundo
dentro su sanjuanero corazón.
Desde los órganos directivos
del Partido de la
Liberación Dominicana (PLD), la presidencia de la
Cámara de Diputados, y la Secretaría de la Presidencia de los dos primeros gobiernos del
PLD, Medina cultivó, como se cultivan en la parcela de la política tradicional
dominicana, las lealtades que le permitieron desafiar exitosamente a su
compañero Leonel Fernández.
Ahora, a un año de su llegada
al Palacio Nacional es posible identificar la suma de un segundo elemento
neurálgico en el patrón de trabajo del
armador peledeísta. Como gobernante, Danilo Medina es un efectivo ser
mediático.
Cuando utiliza los domingos
para saltar charcos, comer arenque o cruzar alambradas a la usanza del más
rural de los dominicanos, el mandatario marca con su rostro la agenda temática
de la nación.
Los lunes las portadas de la
prensa escrita, fuente de donde abrevan la radio, la televisión y las redes
sociales, destacan las hazañas de un presidente andariego, que se acerca
a la gente, y no a cualquier gente. Con todo el peso semántico propio de su
cargo, Danilo va al campo a reunirse con
hombres y mujeres organizados en estructuras
productivas, con influyentes líderes comunitarios… con potenciales
voceros y defensores de su gobierno y de sus próximas cruzadas políticas.
Sus visitas “sorpresa”
impactan el pensamiento y la existencia de las comunidades receptoras como
nunca lo haría la plataforma de comunicadores comprados que la gestión anterior
montó en esta media isla y allende los mares.
Si se recuerda el mandato de
Fernández, puede verse que se trata sin dudas de dos modelos
comunicacionales distintos: uno burdo
disfrazado de paradigmático, y otro que trasciende la comunicación directa e
hilvana lentamente y con éxito un cuento, un mito de gobierno.
En el marco del mito de
Danilo se atizan, por ejemplo, las llamas
del conflicto con la
Barrick Gold y las del escandaloso robo de Bahía de las
Águilas, para luego mostrar la “tranquila” pero determinante figura del presidente apagando el fuego y
alimentando la opinión pública que él y su equipo previamente pastorearon.
Otro día, en la urbanidad, durante
la visita a uno de los jodidos hospitales de siempre, Medina lanza
rayos y centellas contra las
inhumanas condiciones del centro de salud, y anuncia la ejecución inmediata de
las reparaciones necesarias. Implícita deja una crítica a quienes anteriormente
dirigieron el Gobierno por ocho años, y se erige, frente a las cámaras de televisión, fiscal y salvador de
los servicios básicos y de sus usuarios, que son nada más y nada menos que más
del 50% de la población.
Así, el equipo de
comunicaciones de la Presidencia impacta a diario la opinión pública. Y cuando
ésta se muestra desfavorable por el aumento de la gasolina o por una campaña
ciudadana contra la corrupción, de
alguna gaveta emana un decreto de fecha poco convencional, anunciando el
nombramiento o la destitución que nadie esperaba, y que todos se disponen a
comentar.
La distracción, el manejo
de los
silencios, las invenciones, la
propaganda “despresidencializada” y de rostro humano, y la colocación directa del discurso han sido
mecanismos recurrentes de la efectivísima práctica mediática de este cuarto gobierno morado.
Sobre la arena
Como plantea Manuel Castells,
uno de los más importantes teóricos de la comunicación política del siglo XXI,
la progresiva influencia de los medios informativos en la sociedad provoca que
la ciudadanía asuma la realidad mediática como si se tratara de la objetiva.
En procura de dirigir esa
simbiosis los políticos instalados en el Estado se disponen a invertir ingentes
fondos en el control de los medios y en la emisión de propaganda.
En estos momentos lo que la
gestión de Danilo Medina dice que está ocurriendo en el país es lo que la
mayoría está percibiendo. Es decir, existe una alineación entre la realidad
colocada en el plano mediático y la que la mayoría de la población percibe.
Esto, entre otros elementos, explica los
más de 80 puntos de aceptación del Gobierno, así como la poca efectividad de
las protestas convocadas recientemente por la sociedad civil. Estamos ante el kairós estratégicamente
construido por el danilismo en el poder.
Pero ocurre que lo mediático
no puede mantenerse marcando la pauta de la
agenda social si su contenido se distancia demasiado de las vivencias
cotidianas de los individuos. Es decir,
si Medina sigue diciendo que su gestión está desarrollando el campo, pero los
programas de financiamiento y capacitación de grupos productivos no redundan en
avances rápidos y demostrables, en la zona rural y en el resto del país se
producirá una importante contradicción o disonancia.
El presidente Medina ya
instaló en el escenario público su discurso completo, sus planes, sus
proyectos. Ahora estos deben funcionar correctamente. Su equipo de trabajo
tiene la tarea de traducir el papel, la palabra, las charlas, los
financiamientos, las capacitaciones… en
dinero, en empleos de calidad, en viviendas, en hospitales dignos, en estudiantes competitivos, en
economía rebosante y equitativa. Cada atraso en estos planes, cada
incumplimiento, irá provocando una separación entre la imagen de gobierno que
se le ha construido a la gente desde los medios y las ejecutorias palpables.
Ante esta circunstancia el
problema de Danilo Medina y su gente no es la capacidad, sino el tiempo,
contabilizado siempre por la oposición política tradicional que desea escalar
sobre el cadáver del oficialismo, y en especial, por estructuras del mismo Partido de la Liberación Dominicana.
Pronto el grupo de Leonel
Fernández necesitará comenzar a desmontar, aunque sea desde las
sombras, el mito mediático de Medina para poder tener la oportunidad de regresar al Palacio, vivienda
natural de quienes se suponen príncipes.
Entonces, cuando inicie ese
inminente ataque o sabotaje, el gobierno de Danilo Medina Sánchez, que hasta el
momento maneja la agenda mediática con una efectividad abrumadora, comenzará a
caminar sobre la arena de lo incierto.