Pareciera desquicio
colectivo, generacional. Sabemos que los medios tradicionales
responden, como es lógico, a los intereses empresariales de sus propietarios,
cuando no a las líneas que el partido oficial baja a su batería de relaciones
públicas camuflada de periodismo.
Somos
concientes de que a los mismos medios no les interesan los acontecimientos que
cuestionen la estructura social existente, ni los que atentan contra la imagen
de unidades productivas importantes, potenciales compradoras de espacios de
publicidad. Vemos una y otra vez la
palabra alternativa hecha estrujones cuando llega, si llega, a esas plataformas
informativas, des-informativas. Nos quejamos, los maldecimos, los condenamos, y
pedimos que los más certeros rayos golpeen a sus directores.
Pero luego
levantamos la pancarta contra esta ley, o a favor de aquella, confrontamos a la
abusadora multinacional y al cómplice funcionario, con el profundo anhelo de
salir en el diario, o en el noticiario estelar. Luego, si tenemos suerte, contamos las notas y
las portadas que conseguimos acaparar, y rechinamos contra los medios
“conservadores”, “del sistema” que no hicieron reseña de nuestra gesta
patriótica, libre y desinteresada.
En esos momentos, pero
mirando desde la abstracción, uno podría
creer, con toda la razón, que el
objetivo principal no es conquistar o transformar la realidad, sino la
irrealidad, esa que construyen los periódicos, emisoras y canales de
televisión, y que, en este modo de vida,
legitima la palabra y otorga la misma trascendencia social al ladrón, al
violador, y al ser correcto. Con razón los príncipes, caciques y magos que se
reparten el poder de esta media isla se observan tan sólidos. Nosotros andamos
como chichiguas buscando demostrar a la opinión pública que tenemos la razón,
pese a que nadie duda de la irracionalidad del sistema imperante.
Hasta el sapo sabe que falta fuerza,
organizada y disciplinada, capaz de ir más allá del estruendo mediático, de la
hartura y de la indignación tan en boga en estos tiempos de dislocada
virtualidad.
Pero esa fuerza no se crea
con notas de prensa, ni con la panacea de las redes sociales. Se crea con
gente, con gente conocedora de su realidad y dispuesta a cambiarla. Por eso
necesitamos abandonar ese afán de incidir en los medios y buscar el camino del
sudor, de la palabra hablada, del estudio grupal, del abrazo, de la pequeña
acción local.
Los resultados de estas andanzas tendrán, obligatoriamente, que
reestructurar el mundo mediático o por lo menos desbordarlo con el fuego de la
verdad y la esperanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario