miércoles, 28 de marzo de 2012

Los medios deben ser medios, no fin


Pareciera desquicio colectivo, generacional.   Sabemos que los medios tradicionales responden, como es lógico, a los intereses empresariales de sus propietarios, cuando no a las líneas que el partido oficial baja a su batería de relaciones públicas camuflada de periodismo. 

Somos concientes de que a los mismos medios no les interesan los acontecimientos que cuestionen la estructura social existente, ni los que atentan contra la imagen de unidades productivas importantes, potenciales compradoras de espacios de publicidad.  Vemos una y otra vez la palabra alternativa hecha estrujones cuando llega, si llega, a esas plataformas informativas, des-informativas. Nos quejamos, los maldecimos, los condenamos, y pedimos que los más certeros rayos golpeen a sus directores. 

Pero luego levantamos la pancarta contra esta ley, o a favor de aquella, confrontamos a la abusadora multinacional y al cómplice funcionario, con el profundo anhelo de salir en el diario, o en el noticiario estelar.  Luego, si tenemos suerte, contamos las notas y las portadas que conseguimos acaparar, y rechinamos contra los medios “conservadores”, “del sistema” que no hicieron reseña de nuestra gesta patriótica, libre y desinteresada.
En esos momentos, pero mirando desde la abstracción,  uno podría creer, con toda la razón, que  el objetivo principal no es conquistar o transformar la realidad, sino la irrealidad, esa que construyen los periódicos, emisoras y canales de televisión,  y que, en este modo de vida, legitima la palabra y otorga la misma trascendencia social al ladrón, al violador, y al ser correcto. Con razón los príncipes, caciques y magos que se reparten el poder de esta media isla se observan tan sólidos. Nosotros andamos como chichiguas buscando demostrar a la opinión pública que tenemos la razón, pese a que nadie duda de la irracionalidad del sistema imperante.

 Hasta el sapo sabe que falta fuerza, organizada y disciplinada, capaz de ir más allá del estruendo mediático, de la hartura y de la indignación tan en boga en estos tiempos de dislocada virtualidad.  

Pero esa fuerza no se crea con notas de prensa, ni con la panacea de las redes sociales. Se crea con gente, con gente conocedora de su realidad y dispuesta a cambiarla. Por eso necesitamos abandonar ese afán de incidir en los medios y buscar el camino del sudor, de la palabra hablada, del estudio grupal, del abrazo, de la pequeña acción local. 

Los resultados de estas andanzas tendrán, obligatoriamente, que reestructurar el mundo mediático o por lo menos desbordarlo con el fuego de la verdad y la esperanza. 

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